viernes, 16 de octubre de 2009

Digresiones sobre el cambio

“Es indudable que las cosas no comienzan. O no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo” Macedonio Fernández

No poco se ha escrito en los últimos años acerca de las radicales transformaciones a las que asistimos los ocupantes de este mundo. Transformaciones puestas en cuadros de doble entrada que nos hablan de antes (mayormente míticos y hasta gloriosos) y después (que despiertan temerosas sensaciones de riesgo y liquidez) relacionadas con el mundo de la vida cotidiana: el amor, la familia y la amistad; nuestra relación con el entorno natural, con las ocupaciones y las formas de trabajar; la escuela. Este tipo periodizaciones históricas que construyen la vida según fórmulas de antes y después, son, por cierto, muy útiles como marco de referencia pero implican una elección epistemológica no siempre explicitada: ver, analizar e hipotetizar acerca de momentos estáticos separados por una línea divisoria construida, ficcionalizada.
El hecho es que la mirada sobre las cosas pensadas como momentos estáticos, tiende a llevarnos a olvidar que esos antes y después conllevan, como dinámica propia e interna, un proceso constante, un devenir permanente. Las cosas no cambian por generación espontánea ni lo que cambia puede empezar de cero, ni siquiera lo que cambia lo hace, por decreto, en la subjetividad e ideas de las personas; sino que siempre se encuentran negativamente determinadas. Esto es, conllevan al momento de mostrarse como novedades, los rastros, las huellas, los indicios dejados por lo “viejo” y por el proceso mismo de estar convirtiéndose en “novedad”.
Si reconocemos que la historia (en minúscula para no entrar irresponsablemente en laberínticos debates de los cuales no encontraría la forma de salir) es, como sostiene Koselleck, una superposición de temporalidades en la que las transiciones procesuales pueden visualizarse más que las rupturas (a pesar de la decisión ideológico-metodológica de darle más relevancia a estas últimas), resulta dificultoso hablar de cambios decisivos y definitivos que vuelven a estancarse y a convertirse en momentos estáticos. Describir una realidad sin hacer lo mismo con los procesos y las dinámicas que la estructuran y sostienen, seguramente nos llevará (como camino prescrito) a observar la realidad que queremos constatar.
No quiero decir con esto que el mundo sea un mundo de la repetición, de la perpetua celebración de lo ya ocurrido, como frasea Ernst Bloch en su Principio Esperanza. No queremos sostener que no existan acontecimientos que irrumpen en la cotidianeidad y la transforman, más tarde o más temprano, negando la premisa cartesiana (o afirmando su absurdidad) de que una cosa es idéntica a sí misma y poniendo en entredicho la sucesividad inamovible de las cosas. Lo que estamos diciendo, es que ni siquiera los productos directos de esos acontecimientos puedan pensarse sino inmersos en procesos más amplios que los sobredeterminan y condicionan su forma última (que por definición no será última, sino que estará ya cambiando). En este sentido, antes de contar las estrellas, contemos las piedras, como dice el poeta español. Pensemos la manera en que esas piedras se transforman en arena.
Somos tiempo, dice Heidegger. Pero somos tiempo concreto, tiempo vivido, tiempo trabajado, tiempo robado al tiempo. La narratividad y la concretitud de esa narratividad, esto es, las prácticas, es lo que nos ayuda a dar cuenta de ese tiempo que somos. Relatar una historia es construir y objetivar el entramado de nuestra identidad y de la identidad de las cosas. Relatar es volver inteligible lo caótico y desordenado, es ordenar esa avalancha que es la vida del hombre. Y a partir de esto me pregunto, ¿cómo se manifiesta la materialidad del cambio?, y , como correlato metafísico, ¿cuándo cambian las cosas o cuándo decimos que han cambiado ya?, ¿cuán nuevo es lo nuevo?, ¿cuánto cambia lo que cambia? Como el yin y el yan, lo nuevo y lo viejo se fusionan, se encastran y se dificulta reconocer cuál es cuál y qué hay de uno en el otro y del otro en el uno. Por lo menos a veces.

No hay comentarios: